Esta tarde ha muerto otro de los dinosaurios (en sentido positivo) de la política española, Santiago Carrillo. Es imposible no referirse a una figura histórica como la suya. Aunque también sería casi épico y un trabajo arduo reflejar la vida tan intensa del que fuera secretario general del Partido Comunista de España, en una entrada, con el formato de un blog.
Santiago Carrillo era el referente del PCE cuando la Transición, cuando milité (dos años) en su formación, en el "partido", como era conocido por mucha gente. Porque cuando se hablaba del "partido" siempre era para referirse al PCE. Cuando entró clandestinamente en España, con su famosa peluca, yo estaba en la UJCE, las juventudes comunistas. Pedimos su libertad cuando fue detenido y celebramos la legalización aquel histórico "sábado santo rojo". Carrillo fue uno de los tres impulsores del "Eurocomunismo", experimento fallido que condujeron el francés, Georges Marchais, el italiano Enrico Berlinguer y Carrillo en los partidos comunistas de Europa occidental, que consideraron la democracia como un elemento fundamental del socialismo a implantar aquí, a diferencia de la experiencia soviética. Esas ideas las plasmó en el libro "Eurocomunismo y estado" que compré en Madrid, durante un viaje con la familia, y que devoré con gran interés. Era la ruptura con el leninismo y los residuos del stalinismo, que alguna deserción provocó. La apuesta por la democracia y la reconciliación nacional fueron la bandera de Carrillo y del PCE aquellos años. Lo que hizo que muchos nos sintiésemos atraídos y que militáramos en su formación .
Carrillo fue un personaje pragmático también, lo que alguna discusión interna provocó. Sus gestos, como no levantar el puño o el colocar la bandera bicolor, en lugar de la republicana, en los actos, tendían a establecer puentes con el sector reformista del régimen, para conseguir por la vía pacífica, el advenimiento de la democracia a España. Su estrategia "pactista" buscaba, además, mantenerse en esa posición hegemónica que el PCE tuvo en la lucha contra la Dictadura, ya en un nuevo régimen, sobre todo después de las primeras elecciones del 15 de junio de 1977, donde el partido obtuvo unos malos resultados inesperados. Los Pactos de la Moncloa fueron, además de un ejercicio de responsabilidad ante la crisis económica que amenazaba con debilitar la estrenada democracia. Carrillo siempre defendió esta forma de gobierno, tras la guerra civil. Ya entonces era un dirigente de las Juventudes Socialistas Unificadas, el "frente popular" de los jóvenes. El exilio le marcó y fue aupado a la máxima dirección del partido por La Pasionaria.
El eurocominismo no resultó. Internamente se encontró con la contestación de los prosoviéticos, como Ignacio Gallego o Frutos, y de los renovadores, entre los que me encontraba (al profesar ya las ideas socialdemócratas, lo que era casi una herejía condenable entonces), que no veíamos suficiente la renuncia al leninismo si queríamos adelantar al PSOE electoralmente, y que queríamos democratizar la estructura interna. El intento de unificación con Euskadiko Ezquerra en el País Vasco (cosa que sí consiguió después el PSOE), abortado por la dirección nacional, con la expulsión de sus promotores, llevó al abandono de la formación por muchos al ver la vuelta del mal llamado "centralismo democrático". Yo también me fui entonces. Aquellas palabras de Carrillo justificando el no reconocimiento de corrientes internas ("el partido está para cambiar la sociedad, no la sociedad al partido"), por no ser conveniente la estructuración pluralista, según ellos, fue el detonante. Posteriormente llegó a abandonar él mismo el PCE y a crear un partido nuevo.
No se puede negar el importantísimo papel que desempeñó, su liderazgo en la lucha antifascista, su empeño por la democracia, la reconciliación de los dos bandos antes enfrentados en la guerra, el respeto a los contrincantes, su habilidad negociadora, su valentía (fue de los pocos que permaneció de pie aquel fatídico 23F), su papel clave en la Transición Democrática, su defensa del movimiento obrero, independientemente de las sombras de su labor y de coincidir o no con sus ideales políticos. Hasta sus últimos años de vida gozó de extraordinaria lucidez y capacidad de análisis político y de actualidad. Una gran pérdida, sin duda. Descanse en paz.
El eurocominismo no resultó. Internamente se encontró con la contestación de los prosoviéticos, como Ignacio Gallego o Frutos, y de los renovadores, entre los que me encontraba (al profesar ya las ideas socialdemócratas, lo que era casi una herejía condenable entonces), que no veíamos suficiente la renuncia al leninismo si queríamos adelantar al PSOE electoralmente, y que queríamos democratizar la estructura interna. El intento de unificación con Euskadiko Ezquerra en el País Vasco (cosa que sí consiguió después el PSOE), abortado por la dirección nacional, con la expulsión de sus promotores, llevó al abandono de la formación por muchos al ver la vuelta del mal llamado "centralismo democrático". Yo también me fui entonces. Aquellas palabras de Carrillo justificando el no reconocimiento de corrientes internas ("el partido está para cambiar la sociedad, no la sociedad al partido"), por no ser conveniente la estructuración pluralista, según ellos, fue el detonante. Posteriormente llegó a abandonar él mismo el PCE y a crear un partido nuevo.
No se puede negar el importantísimo papel que desempeñó, su liderazgo en la lucha antifascista, su empeño por la democracia, la reconciliación de los dos bandos antes enfrentados en la guerra, el respeto a los contrincantes, su habilidad negociadora, su valentía (fue de los pocos que permaneció de pie aquel fatídico 23F), su papel clave en la Transición Democrática, su defensa del movimiento obrero, independientemente de las sombras de su labor y de coincidir o no con sus ideales políticos. Hasta sus últimos años de vida gozó de extraordinaria lucidez y capacidad de análisis político y de actualidad. Una gran pérdida, sin duda. Descanse en paz.