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Channel: Celtibético
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El sábado nos dejó María, mi suegra

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El fin de semana ha sido duro. El viernes fuimos al teatro en la última función, la de la compañía Teatro del Velador, a la una de la madrugada. Pensábamos ir luego a la fiesta de claursura de la Feria de Teatro en el Sur, pero no fuimos, por el cansancio y la hora avanzada. Fue lo mejor, pues de madrugada, poco tiempo después de llegar a casa, nos llamaron y avisaron de que María, mi suegra, la madre de Anamari, se había puesto muy mal. Pocos minutos después mi mujer me llamó para decirme que había fallecido. Me fui por tanto a la casa materna en busca de mi mujer, con mis cuñadas y cuñados, Conchi, Lola, José Miguel y Ramón. Rafa, el médico, se había ido a la playa la semana anterior, de vacaciones con la familia, llegando más tarde. También estaban allí parte de la familia (hermanos, sobrinos, mi cuñada Toñi...). Su muerte vino pronto, sin dar tiempo al equipo de urgencia a hacer nada útil para mantenerla con vida. Todo lo que pasó después ocupó el día al completo, y el domingo por la mañana, cuando se llevó a cabo su funeral y sepelio. Jornadas agotadoras, en compañía de seres queridos y las amistades que nos acompañaron, de mensajes, de llamadas telefónicas de quienes vinieron o no pudieron hacerlo. 

María tenía 85 años y había perdido a su marido hace 9 años. Vivía con sus hijas mayores y su hijo menor. Como muchos otros ancianos tenía sus achaques, con tratamientos largos. Además se movía con dificultad por sus problemas de rodilla, una de la cuales tenía operada. Pero nada indicaba un desenlace así. Incluso el sábado anterior la llevamos al Paseo, a la Peña de Los Cabales (su marido fue uno de los fundadores) a cenar y pudo compartir un buen rato con familia y amistades que no veía hacía tiempo. Conmigo siempre se portó bien, no respondiendo al estereotipo que conocemos de "la suegra". Como también lo hacen sus hijos. Muchos viernes cenábamos en su casa y muchas tardes, cuando íbamos de visita, quería darnos la merienda, como a los niños. Paradójicamente casi siempre me preguntaba antes si estaba más gordo. Era su forma de intimar. Como no acostumbro a tomar nada entre horas, siempre declinaba la invitación y alguna vez le recordaba sus preguntas sobre la gordura para hacer el rechazo entre bromas. Daba igual, ella volvía a ofrecerme la merienda, un refresco o una tajada de sandía, por ejemplo, si era ocasión. Ya no lo hará más. 

La pérdida de un ser querio nos trastoca. Y durante un tiempo se notará un vacío difícil de explicar. Yo lo viví cuando fallecieron mis padres. Los cambios se sucederán. Y la adaptación es necesaria. Mas el recuerdo permanece, aunque pase mucho tiempo. Aunque la vida siga ocupando la existencia de quienes quedan aquí después. María tenía seis hijos (tres varones y tres mujeres) y siete nietos (Nuria, Olga, Elena, Ana Beatriz, Miguel, Rafa, y Pablo). Su semilla, como la de Miguel, su marido, quedó por tanto bien plantada. Además pertenecía a una familia con muchos hermanos. Todos participamos de la esencia de nuestros familiares, por los genes y por la educación, y con ellos y en ellos todos "seguimos viviendo" de alguna manera. El cariño que se tienen los familiares de María lo puedo atestiguar, pues lo comparto. Son lo que conocemos por "buena gente". Seguro que pervivirá aunque ella ya no esté. Y la vida seguirá, como siempre, su camino.



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