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Channel: Celtibético
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El humo, otra vez

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El humo dejó hace tiempo de ser un molesto compañero de trabajo. El humo dejó de ser un fastidioso, pestilente e irritante compañero de bares, tabernas, mesones, o restaurantes. Un convidado más, más bien gorrón y pelmazo, que se te pegaba a la nariz, el pelo y la ropa. Algunos comerciantes del beber y del yantar se quejaron, y también otros comensales y habituales moradores de la barra del bar, pero pronto éstos se acostumbraron a salir a la puerta de la calle a echar el pitillo. El "sinpa" (costumbre pícara de largarse sin pagar) proliferó a primera hora de la vigencia de la ley prohibitiva. Y los taberneros instalaron ceniceros a las puertas del local. Luego, la costumbre y el ingenio hizo que las empresas de toldos y carpintería metálica encontrasen un nuevo "nicho de mercado" fabricando carpas para las terrazas. Éstas proliferaron como setas (las empresas fabricantes e importadores de las famosas "setas-estufa de gas" también) y los empresarios-taberneros-restauradores, antes quejosos, vieron aumentar la superficie de venta con veladores en el exterior, y con ella el negocio no solo no se hundió, como preveían los agoreros apocalípticos, sino que se mantuvo y, en algunos casos, hasta aumentó. Los héroes de la "objeción de conciencia" fumadora fueron olvidados bien pronto. Y, tras el inexorable paso del tiempo, todo el mundo empezó a hablar de lo bien que se estaba en los bares, que las afecciones de garganta ya no eran tantas, que se podía hablar en compañía, sin toser, sin que te picaran los ojos.  Sin salir apestando del local. Sin que los niños se convirtiesen en fumadores, a su pesar y sin su consentimiento.




Hasta que Rajoy habló. Mira que no dice nunca nada, pero esta vez no tendría el guión garabateado de siempre, y dijo que le gustaba la ley anterior y que volveremos (cuando él gobierne) a tener fumadores en aquellos sitios donde el humo era habitual. Será porque se ha acostumbrado a la boina, esa capa de humo contaminante, la que le colocaron sus asesores de imagen en la foto de los candidatos de Madrid. A Rajoy le gusta el humo, y nos lo va a volver a meter por la nariz, por los ojos y hasta por la orejas. Aunque no lo diga su programa electoral. Aunque su partido apoyara la actual ley.


Busca el aplauso fácil. El de esos típicos paisanos que entonan el "Asturias, patria querida", tras un opíparo almuerzo, regado con mucho vino ("¡viva el vino!") y terminado con un coñac, café y un buen puro. Busca el voto humeante, de señores con tripa oronda y carrillos sonrosados, que ven el fútbol en el bar de la esquina, mientras esperan a la esposa (que antes dejó la casa limpia y pura) a que salga de misa con los niños, para ir a dar un paseo a ver el piso por el que está pagando la dichosa hipoteca, aunque no se lo terminen, porque la promotora desapareció con la crisis. ¡El voto de la familia española! La familia de verdad, no esos otras chuminadas que se han inventado los socialistas. El voto que fuma. ¡Mi voto por un cigarro!

El humo todo lo invade, no tiene límites, no tiene freno, como la ambición de algunos políticos. Aquí no hay austeridad que valga, ni vergüenza. Si hay más cáncer, que vayan al médico, de pago, por supuesto. El humo nos cegará otra vez. Seremos más pobres y se resentirá nuestra salud, pero... ¡que rico está este habano, rediossssshhhh!



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