A pesar de las nubes, la luna luce espledorosa, enorme. Surgiendo desde la tarde a la noche, como el objeto de nuestro afecto más silencioso.
Ajena a todo asteroide hostil que surque los cielos, entre la distancia que nos une o separa de ella.
Segura de que durante millones de años nos acompañará en el vuelo por la galaxia.
Siempre fiel a nuestros sueños. Y siempre libre.