Hace dos semanas publiqué un artículo sobre el bar El latero, de la calle Feria, "uno de los típicos espacios protagonistas de la pequeña historia no lejana de mi ciudad". Este es uno de los post que, a pesar de su carácter localista y haberlo hecho rápidamente, más satisfacciones me ha dado posteriormente. Son muchos los comentarios que me han hecho de él, unos en el blog, otros por correo electrónico y, los más, de palabra cuando me han felicitado (y todavía no salgo de mi asombro) personas de todo tipo, de las habituales lectoras y otras que ni me imaginaba que pasarían por aquí para leer algo de lo que escribo. Las fotografías del bar han dado lugar a todo tipo de explicaciones, relatos, recuerdos, historias y pequeñas crónicas palmeñas, anécdotas sobre personas y familias de clientes habituales del bar y, como no, del dueño y su familia.
Uno de los comentaristas en el blog, Francisco Godoy ("Pin"), sobrino de Manolo "el latero", fue el que facilitó las fotografías a mi cuñado Miguel, y éste se las pasó a mi mujer. Le agradezco el que lo haya hecho, como le agradezco el amable comentario que dejó. Pero la gratitud no estaría completa si no hiciese referencia al nuevo envío de fotografías que nos ha hecho. Y, como sugiere, las publico para aumentar la narración, pequeña, humilde, pero entrañable historia de Manolo El latero y de este lugar donde se practicaba "ese deporte tan agradable como era la barra entre amigos". De esta manera calificaba este bar uno de los comentaristas, cuya identidad me reservaré, aunque diré que fue profesional de la medicina, que me envió un correo electrónico con una anécdota relativa al barman, contada por uno de sus pacientes, y que paso a relatar:
"Era un paciente visto muchas veces en consulta, que, entre sus padecimientos, tenía unas crisis hemorroidales terriblemente dolosas, y al no referirme nada de ellas, en una consulta le pregunté por su padecimiento, que siempre era lo más importante en su historial, y me dice lo siguiente. El latero me llevo a la sierra, dejamos el coche, me llevó por un camino y llegando a un lugar procedió a cortar unas varas que después peló y con las tiras de las mondas tejió como una cuerda. Seguidamente me dice que me eche los pantalones abajo a lo que yo me asusté en lugar tan apartado y solo. El alma me entró en el cuerpo cuando me entregó la cuerda y me dijo que la ciñera a la cintura por las partes verdes y húmedas de las mondas pegadas a la piel, que las tuviera hasta que se secaran. Nos volvimos al pueblo y no he tenido una crisis de almorranas después y hace dos años. Yo creo que no sé si fue del susto o del efecto del jugo de la planta." Supongo que la planta era el torvisco, mata cuya corteza sirve para cauterizar heridas y que tal vez sirva para curar las almorranas, esas que se sufren en silencio, como dice la publicidad de un medicamento. En este caso el tabernero hace también de herbolario (no curandero, sino conocedor de las propiedades medicinales de las plantas), probablemente gracias a alguna conversación escuchada en su trabajo, entre algún practicante de la medicina popular y su "paciente".
La otra anécdota o curiosidad que me han contado y que reproduzco aquí, pone en relación a nuestro simpático tabernero con otro de los personajes que recogía en el artículo anterior sobre el bar, Agustín el zapatero. También guardo el sigilo "bloguero" sobre la identidad del comunicante, porque así me lo ha pedido. Esta es su "historia":
"Una festividad de Todos los Santos me contaron en el cementerio, de nuestro pueblo, que un nicho recibía todos los años en vez de flores una botellita de vino y un catavino. Creo recordar que quién recibía el regalo tan especial era el zapatero de la calle Feria (Agustín) y quién le ponía "las flores" era Manolo el Latero. Desconozco que hay de cierto en esta leyenda y que de "adornado", tampoco tengo fiabilidad de que los personajes sean los que te comento o estén confundidos "por tradición oral". La botella y el vino han aparecido muchos años en un nicho conforme se entra a mano derecha, casi enfrente a la fosa común." Me insiste quien me envió el correo en que no puede precisar más, pues es una historia que circula por Palma de forma oral, casi podríamos decir que es una leyenda urbana. No sé, por tanto, si es verdad o invención, pero durante muchos años la botella y el catavino han acompañado la tumba de este antiguo artesano de la zapatería, los colocase el tabernero, o algún familiar, o amigo de tertulias entre vinos y tapas del establecimiento, que seguro frecuentaba, por la cercanía que tenía a su zapatería.
Son éstas algunas cosas que me han contado, sabrosos hechos que engalanan el recuerdo de aquel bar que tantos palmeños frecuentaron en nuestro cercano pasado. Una parte de nuestra historia que nos encanta evocar.